Client: Barcelona Metròpolis
Art Director: Marga Pont
Subject: Los ladrones salvajes, de Guillem Martínez, a fiction story about memory, respect, freedom and love in between Barcelona and it's suburbia.
Con el título de "Los ladrones salvajes", Guillem Martínez construyó para
Barcelona Metròpolis un relato en tres partes, la primera de las cuales gira en torno al alzheimer de la madre del narrador y los recuerdos falsos - por la enfermad - y auténticos de la juventud de dicha señora, especialmente en torno a uno real que evoca los domingos en que alguna gente de Barcelona acudía en tren a las poblaciones de los suburbios - en la cuenca del Llobregat o en el Maresme - para pasar el dia en familia fuera de la ciudad, y para volver a ella de paso con los bolsillos bien llenitos de las cosas que robaban en los numerosos huertos y jardines de la zona.
"Se lo pasaban bien, robando los domingos", concluye su recuerdo.
A veces tengo esa misma sensación en la ilustración, cuando por facebook, por webs y blogs o por algunos trabajos que veo directamente publicados constato que existe un tipo de ciudad y un tipo de suburbios en la ilustración. Existe quien trabaja, planta y cultiva y quien trabaja también, no digo yo que no, pero que de tanto en tanto se coge el tren y pasa un buen ratito viendo cosas que le gustan por ahí y volviendo con algo en los bolsillos... de hecho, eso ocurre en la ilustración y en todas partes. Pero en la ilustración, que es el campo que conozco un poco más, ocurre de un modo que inevitablemente me recuerda una conversación mantenida hace un par de años en Porto.
Creo que fue en febrero de 2009 cuando tuve la suerte de coincidir con gente como
Paula Scher y
Adrian Shaugnessy - entre otros igual de notorios - en un jurado de tres días en el Premio Titán, en Porto. Una de aquellas ocasiones en que la vida te pone en situaciones a las que no entiendes muy bien cómo has llegado ni a las que crees en el fondo merecer ser invitado, pero que no por ello vas a dejar pasar sin disfrutarlo y aprender lo más posible de la proximidad y relativa intimidad con cabezas que están en las élites en la disciplina del diseño, personas amabilísimas con las que lo pasé muy bien, con quienes nos reímos bastante y de quienes me despedí con emoción consciente de que probablemente nunca volveré a cruzarme con ellos en semejantes circunstancias. Los que sepáis de quién estoy hablando, estaréis de acuerdo conmigo que referirme a ellos como élite no es ninguna exageración. Para los que no, os bastará seguir los links para saberlo.
No voy a desgranar anécdotas, pero lo menciono porque hubo un momento en una cena en que en conversación con Paula (esposa, cabe recordar, de
Seymour Chwast) y con Adrian surgió algo sobre la posición del ilustrador con el trabajo que la diferenciaba esencialmente de la del diseñador gráfico en el sentido en que el ilustrador se muestra él como es en lo que hace, sin intermediarios. No hay tipografías, no hay retículas, no hay fotografías con las que jugar y tras las que eventualmente esconderse. El ilustrador se muestra sí mismo porque eso es parte de lo que se espera de él - ése es el sentido de lo que llamamos estilo - mientras que el diseñador gráfico pone su inteligencia, su astucia, su sensibilidad, su cultura, su refinamiento o su agresividad por transferencia, a un reflejo...
O eso es lo que yo al menos saqué en claro de aquella conversación, y de hecho hay algo evidente: a no ser que el ilustrador sea realmente un fuera de serie en la gráfica con algo muy serio y específico que decir en el discurso - unos pocos, al fin y al cabo, de los que toma nota la Historia del Arte - su estilo gráfico probablemente pase con el tiempo a resultar menos atractivo de lo que pudo ser durante una época. De ser así, sus posibilidades de reinventarse se verán condicionadas por cuestiones que son tan personales como la escritura. En la misma situación, en cambio, el diseñador gráfico contará con un surtido de herramientas y materiales más amplio con el que construirse una nueva identidad que siga siendo la misma pero actualizada.
En cualquier caso, ultimamente hay muchos diseñadores haciendo ilustraciones. No es que antes no hubiera el perfil de profesional con habilidades y conocimientos en ambos escenarios - yo mismo fui un ilustrador haciendo de diseñador durante bastante tiempo - sino que ahora hay muchos más, me parece a mí. De irregular calidad, algunos de ellos - pocos - inmensos, otros -algunos más - magníficos, y algunos otros menos pero aún así puede que ostentando una cierta notoriedad e influencia como ilustradores, como diseñadores o como ambos. Algunos incluso dan conferencias o cursos en las que entre otras cosas llegan a hablar de la copia, animando a practicarla en giros discursivos efectistas, pero a elegir a los grandes, a los históricos, a los inmortales como modelo... a otros que no son ellos, vamos.
Pero a mí me entra una cierta sensación de déja vu cada vez que veo el trabajo de algunos de ellos, especialmente como ilustradores. No de todos, por suerte (al contrario, como digo hay algunos seres bicéfalos muy buenos en ambos ámbitos) ni solo diseñadores, porque también me ocurre con otros ilustradores, por desgracia. Creo que por la misma mecánica a la que antes me refería muchos diseñadores tienen una aproximación intelectual al trabajo de ilustración, o en última instancia, su dependencia emocional - de haberla - con aquello que realizan es distribuída por canales diversos, mientras que el ilustrador se juega toda la mano en cada trabajo, no es un ámbito más de su actividad creativa a la que pueda no tomarse en serio: la ilustración lo es todo.
Y si entre el kit de herramientas del diseñador gráfico está el usar los anuarios de diseño como Print, manejar las referencias en la tendencia o los catálogos de diseño tipográfico para irse adaptando al escenario en función de lo que ve en el trabajo de los demás al ilustrador, en cambio, le corresponde una labor distinta en la que el propio manejo de referencias no sólo es una cuestión de comunicación que cambie de un año a otro sino que tiene que enraizar en algo más profundo, ya que es también parte de la labor de construcción de discurso personal, y por lo tanto de identidad. Y lo único con lo que realmente cuenta un ilustrador es eso, su identidad.
Por eso, reinventarse no es tan fácil ni puede hacerse infinitamente sin apoyarse en otra cosa más que en la propia voz y en los propios recursos. No se puede ser todo a la vez ni ser siempre el mismo y siempre nuevo al tiempo. No, a menos que uno sea un inmortal... pero eso lo son muy pocos. En su defecto, uno debe aprender a organizarse la identidad como un sistema en movimiento de adaptación constante, un terreno en crecimiento y con cultivo rotativo en el que esperar tener la fortuna de acertar con la producción cada vez, cada ciclo - que no temporada - proponiendo cosas distintas con las que ni aburrirse ni parar de crecer sin cansar la tierra que trabaja.
Por eso precisamente, no es extraño que algunos ilustradores nos sintamos a veces como los habitantes de los suburbios viendo como nuestros huertos y jardines son periódicamente visitados por algunos simpáticos y avispados visitantes, que en sus arrebatos de admiración sacan las tijeras con entusiasmo y ligereza dominical y lo mismo les da llevarse unas ideas para poner mascaritas a sus personajes que un par de recursos gráficos que puedan aprovecharse para una campañita de publicidad o una imagen corporativa o, quién sabe, incluso - ¿porqué no? - unos buenos pedazos de dibujo enteros con los que evitarse perder tiempo en partes engorrosas de alguna cubierta de libro o un cartel de feria de tapeo...
Lo dicho, sobran los ejemplos y en la red están. No hay mucho más que decir...
Tal vez, quizás, pedir que no sean los propios señoritos de la ciudad los que vengan a decir que robar a los pobres es feo y se vayan después de rositas con los bolsillos llenitos porque - señoras y señores - eso no es serio, que diria Paula.