Entre los primeros -primerísimos- que me encargaron algo, hace ahora 20 años, se cuenta la muy amigable gente de la revista infantil catalana "
Cavall Fort", fundada en 1961 como un importantísimo y muy necesario ejercicio de amor a una cultura y transmisión de sus valores, entre los cuales la riqueza de su lengua y sus tradiciones así como el respeto al otro.
Dicha revista consistía unas 20 hojas mensuales llenas de cómics, relatos, reportajes y pasatiempos que de pequeños recibíamos en mi casa y por la que nos peleábamos para ser el primero en leerla mi hermano y yo. De esas lecturas conocía yo la profesión de ilustrador (de la mano de grandes dibujantes de aquí como Llucià o Madorell o de fuera como Franquin o Peyo... y los días señalados del gigantesco Cesc...) y aunque la idea de serlo yo mismo algún día era aún -por decirlo de algún modo- proteica, sí que vistas desde ahora la admiración que me producían los dibujos de aquella revista y las ganas que yo ponía en hacer los míos parecían anunciar que mis pasos posteriores iban a ir por ahí.
Desde entonces hasta ahora, "Cavall Fort" ha mantenido un compromiso responsable con sus jóvenes lectores, y se ha ido adecuando en lo posible a los tiempos.
Así, hace ya algunos años, bastantes, que incluyeron una separata para los más peques llamada "el tatano" (caballito en lenguaje coloquial infantil) para la que he ido haciendo cosas cada vez que me las han pedido. La última es ésta que veis aquí, cuatro imágenes sobre una historia de Gemma Sais en la que con un cierto aroma de Gestalt un dragón que sueña ser bombero porque no quiere quemar a nadie acaba integrando por indicación de un sabio su instintiva agresividad, en lugar de intentar negarla, para hacer con ella fuegos de artificio para regocijo del prójimo.
No sé porqué el orden en que aparecen aquí estas imágenes es invertido, lo que parece otorgarles nuevos y curiosos significados. Tal vez podría escribirse otra historia con ellas en este orden... aunque creo recordar que Esther Rubio, editora de
Kókinos a la que ya siempre imaginaré en un coche abarrotado de cajas de libros, me enseñó un día algo de eso en su maravillosa casa-despacho, tan acogedora, cálida y sonriente conmigo como lo es también siempre ella misma.
Volviendo al tema del que quería hablar a propósito de las imágenes del Tatano, siempre he creído, y lo sigo haciendo, que lo importante para un ilustrador no es tanto el estilo gráfico como el discurso. Y que el discurso es lo que es personal e intransferible puesto que se basa en la propia voz, en la propia sustancia del artista.
Así, considero que esto que veis aquí es genuinamente mío, a pesar de que hay toda una tendencia en ilustración infantil - al menos en Barcelona y basada en lo que algunos de los que empezamos a trabajar para chavales en esta ciudad a finales de los 80 aplicábamos en nuestro enfoque en el trabajo y cuyo legado, a mi entender, ha ido siendo desarrollado, mixtificado, generalmente extraordinariamente bien ejecutado y a veces, o en algunos casos particulares "formulizado" en aras de obtener un estilo comercial necesariamente superficial - que me lo recuerda. Y me parece que es lógico, habiendo habido ya algunas tandas de nuevos jóvenes ilustradores desde aquella época. Pero es que si algo no le falta a la ilustración son las tendencias, así que tampoco es ésa la única de los últimos años; hay otras que rotaron sobre otros ejes que no eran los nuestros, por supuesto. Y de hecho, más de una más exitosa que a la que me estoy refiriendo...
Pero es que también nosotros empezamos mirando otros planetas rodar y seguramente su gravedad también nos afectó...
Ahora bien, hay cuestiones estilísticas que son de superficie pero otras que no, así como las hay de mutables y las hay de permanentes, y creo que si bien el autor las intuye, seguramente sería el menos indicado para distinguirlas o enumerarlas. Seguramente porque muchas de ellas provienen más de sus tentativas que de sus aciertos, de sus debilidades que de sus fortalezas...
Y esas cuestiones afloran incluso resolviendo encargos, que no trabajos, aparentemente menores. Porque como ya venía a decir en el anterior post, encargos sí puede haberlos mayores y menores, pero trabajos no. Al menos a priori.
O eso creo yo, vamos... Y por eso precisamente considero que este trabajo es genuinamente mío. Por eso y también porque sé que ya quería hacerlo, y tan bien como pudiera, cuando corría con mi hermano al buzón a por el Cavall Fort del mes.
Ni más ni menos.